The intuitive mind is a gift and the rational mind is a faithful servant.
We have created a society that honors the servant and has forgotten the gift.
–Albert Einstein
Todos los datos apuntan hacia el mismo sentido. Las opiniones en tu equipo también. Ya es sólo cuestión de pronunciarte y decir: “adelante, avancemos así”. Pero algo en tu cuerpo te dice que te estás equivocando. Es un sentimiento que no puedes explicar, mucho menos poner en palabras. Hay algo dentro de ti que te dice que la decisión que estás a punto de tomar está equivocada. No lo entiendes. Simplemente, lo sabes.
Algunos lo llaman experiencia. Algunos, instinto. Otros lo llamamos intuición. En cualquier caso, es difícil expresar y legitimar ese sentimiento en una cultura laboral en la que se espera que tomemos decisiones basados en la mejor información que esté disponible. Que seamos racionales, es decir, que podamos poner en palabras los fundamentos de nuestra decisión.
Así que reprimes la incomodidad física que estás sintiendo y das tu aprobación. Tratas de justificar la decisión, repasando mentalmente las mil y una razones del porqué estás haciendo lo correcto. Rebobinas los datos que viste, lo que escuchaste. Te das una palmada en la espalda y te vas a casa.
Tiempo después, ante el reporte de resultados de la iniciativa, todo en rojo, te lamentas con un amargo “lo sabía”.
¿Has estado alguna vez en una situación como ésta?
La anatomía de la intuición
Para entender lo sucedido, vamos a repasar la anatomía de la intuición: su sistema de sensores y de procesamiento, y la razón por la cual no la podemos manifestar con palabras.
Empecemos recordando que nuestro sistema nervioso autónomo es algo así como un sistema de vigilancia personal. Siempre en guardia. Siempre escaneando y preguntándose: ¿será seguro?
En términos evolutivos, es un sistema muy primitivo, que puede funcionar sin tener que recurrir a capacidades cognitivas más avanzadas en nuestro cerebro. Es decir, no necesita que “entendamos” un peligro para que lo detecte.
No se basa en la percepción, pues ésta requiere pensamiento. De ahí que el Dr. Stephen Porges, un neurocientífico norteamericano, acuñó la palabra neurocepción para referirse a la forma en que nuestro sistema nervioso autónomo escanea indicios de seguridad y peligro sin involucrar a las partes pensantes de nuestro cerebro.
En términos anatómicos, el responsable de la regulación de nuestro sistema autónomo es el nervio vago. El mismo Dr. Porges, en su teoría polivagal, describió cómo las diversas partes y ramificaciones de este nervio son las responsables del grado de apertura con el que encaramos una situación específica. Desde nuestra capacidad de socializar y empatizar con otros, en ambientes que detectamos como seguros, hasta mecanismos de alerta y protección que se activan cuando nos sentimos amenazados o excluidos.
En este sentido, el nervio vago es el responsable de la presión en el estómago que sientes cuando estás al frente de una decisión.
Muchas de las señales emitidas por el nervio vago son recibidas y procesadas por el hemisferio derecho del cerebro. Este hemisferio es el responsable, entre otras cosas, de nuestra inteligencia espacial. Es decir, tiene la capacidad de ver las partes pero también el todo, de conectar elementos aislados y ponerlos en un contexto, de generar significados y entendimiento holístico. Pero como la capacidad de lenguaje radica en el hemisferio izquierdo, el cerebro derecho no puede poner en palabras lo que nos quiere decir.
Estudios científicos recientes han medido esta forma de inteligencia y capacidad no verbal para tomar decisiones (es decir, aquella no disponible para la manifestación lingüística del cerebro izquierdo) y llegado a la conclusión de que, de cierta forma, es superior al conocimiento procesado por el cerebro izquierdo.
Esto no menosprecia en forma alguna la capacidad cognitiva del hemisferio izquierdo. Gracias a ésta, podemos realizar procesos maravillosos como el razonamiento lógico y matemático, como la interpretación de un texto, como la planeación de una nueva línea de negocio. Simplemente, nuestro cerebro izquierdo expresa únicamente una visión parcial de la realidad; una que en muchas ocasiones, no sólo está incompleta, sino que también está distorsionada por sesgos derivados de nuestras creencias y juicios.
Encontrando el balance
Nuestro hemisferio derecho nos ayuda a generar el balance que se requiere para tener una visión más objetiva y holística de nuestras experiencias.
Lamentablemente, no debe de sorprendernos, que en una sociedad en la que estamos altamente identificados con el razonamiento que viene del lenguaje, las señales no verbales provenientes de nuestro hemisferio derecho son comúnmente interpretadas como tontas o sin fundamento. En el extremo, incluso como esoterismo o superstición.
El diccionario de la RAE define intuición como la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento.
El neurocientífico Chris Niebauer, Ph.D. la define de la siguiente forma: “el cerebro derecho percibe información que no está disponible en el cerebro izquierdo y nos la envía en una forma que describimos como inspiración o corazonada, que el hemisferio izquierdo no puede poner en palabras y que transciende su límite de entender cómo sabe lo que sabe”.
No se trata de usar la intuición para plantear modelos de negocio disruptivos o para establecer el mecanismo financiero más adecuando para una adquisición. Mucho menos para diseñar estructuras organizacionales que incrementen la agilidad en la captura de oportunidades.
Al ser un mecanismo que no se basa en el lenguaje, su comunicación hacia nosotros toma una forma muy básica. Nos habla con un simple sí o un no, y lo hace a través de las sensaciones del cuerpo. Es el equivalente a aquella breve mirada de nuestra madre o nuestro padre que, sin decir palabras, nos lo decía todo.
Nos aporta desde la sabiduría ancestral que nos ha mantenido vivos como especie. Toma los aprendizajes obtenidos a lo largo de generaciones y los suma a nuestras experiencias previas y a nuestro contexto actual, las tengamos conscientes o no, y nos envía una señal para ayudarnos a tomar las decisiones que tenemos por delante.
Los seres humanos no sólo somos razón o intuición, pensamiento o emoción, mente o cuerpo. Somos un todo interconectado, lo que nos brinda la oportunidad de dar respuestas más hábiles y completas a los desafíos que nos pone enfrente la vida.
Reconocer y honrar la intuición, e integrarla a “nuestro ser racional”, es una de las herramientas de management más poderosas que tenemos a nuestro alcance.
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