Empezamos poniendo de frente una gran realidad: el estrés es un asesino, un asesino silencioso.
Vivimos inmersos en una dinámica voraz, llena de retos y exigencias de todo tipo: económicas, laborales, familiares, sociales… y, la mayoría de las veces, no nos damos cuenta del impacto que tiene en nuestro cuerpo —y bienestar en general— la forma en que nos relacionamos con estas demandas.
Según la Organización Mundial de la Salud, “el estrés es el conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción. Se trata de un sistema de alerta biológico necesario para la supervivencia.”
Entonces, ¿cómo es que decimos que el estrés es un asesino silencioso, si la OMS dice que es necesario para nuestra supervivencia?
Para entender este aparente dilema, distingamos entre los dos tipos de estrés que existen, el estrés agudo y el estrés crónico.
Estrés agudo
El estrés agudo es un conjunto de respuestas fisiológicas, de nuestro organismo frente a situaciones extremas.
Es una sobre activación de nuestro sistema nervioso autónomo simpático, que nos permite ponernos a salvo y sobrevivir.
Es adaptativo, necesario y adecuado frente a ciertas circunstancias. Una vez que la situación extrema pasa, se recupera y restablece el equilibrio en nuestro cuerpo.
Es decir, supongamos que voy por el campo y escucho el cascabel de una serpiente. Mi corazón comienza a latir aceleradamente. La sangre se concentra en mis extremidades, preparándome para luchar o huir. Se inhibe mi proceso digestivo. Mi atención se hace estrecha, buscando en dónde está el peligro…
Pero de pronto, me doy cuenta que sólo fue una confusión. Entonces, poco a poco, mi cuerpo vuelve a la normalidad y, en cuestión de minutos, asunto olvidado.
El estrés agudo que se produjo en mí por aquel sonido, me preparó para enfrentar, de mejor manera, un potencial peligro.
El estrés agudo me ayudó a sobrevivir.
Estrés crónico
En cambio, el estrés crónico consiste en esta misma sobre activación de nuestro sistema nervioso autónomo simpático, pero que se mantiene en el tiempo, pues, la amenaza que lo provoca (sea real o imaginaria) la percibimos por un tiempo indefinido.
Este tipo de estrés no es adaptativo, es decir, no me ayuda a sobrevivir, ya que genera un desequilibrio constante. Nuestra mente queda constantemente preocupada, pensando e imaginando, lo que hace que, las respuestas fisiológicas producidas por el estrés, se vuelvan crónicas.
Supongamos ahora que, cada mañana que enciendo las noticias, escucho situaciones lamentables que le sucedieron a alguna persona, en algún lugar del país. Es muy posible que esos estímulos generen una respuesta fisiológica en mi cuerpo.
Mi corazón comienza a latir aceleradamente. La sangre se concentra en mis extremidades, preparándome para luchar o huir. Se inhibe mi proceso digestivo. Mi atención se hace estrecha, buscando en dónde está el peligro…
Sólo que, en este caso, el peligro está en mi imaginación. En todos los escenarios y predicciones catastróficas que mi mente crea. Es decir, mi organismo reacciona como si el peligro estuviera frente a mí, aun cuando no lo esté.
Y como el flujo de noticias lamentables en el televisor no tiene fin, la reacción fisiológica generada nunca termina.
Mi cuerpo concentra toda su energía en aquellos mecanismos vitales para mi supervivencia (aunque el peligro no esté físicamente ahí), y entonces se me comienza a caer el pelo, el deseo sexual y capacidad reproductiva disminuye, cuando duermo no descanso, subo de peso… Esto, sin contar los efectos a nivel emocional, como depresión, ansiedad, irritabilidad constante, etc.
¿Te suena familiar?
Como la capacidad de nuestra mente de imaginar y generar escenarios es ilimitada, la cantidad y magnitud de los “peligros” es igual de ilimitada.
A la larga, el estrés crónico que se genera, nos mata.
El estrés agudo nos ayuda a sobrevivir
El estrés crónico nos mata
Mindfulness y el estrés
Por eso, las prácticas de Mindfulness nos ayudan a cultivar una perspectiva más amplia, tanto de las circunstancias que estamos realmente viviendo, como de nuestros propios recursos para afrontar, con mayor sabiduría y compasión, los retos y demandas que nos presenta la vida.
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