¿Qué escuchamos cuando escuchamos?

To listen is to lean in softly with the willingness to be changed by what we hear
―Mark Nepo

Si te preguntara cuándo fue la última vez que escuchaste a alguien, ¿cuál sería tu respuesta?

Probablemente me dirías que hace unos minutos. Que escuchaste a tu hija, a tu pareja, a un familiar, a una compañera o compañero del trabajo, a la persona que está en el noticiero en la TV o en un video en las redes sociales. De hecho, podríamos decir que, en este momento, me estás “escuchando” a mí. Pues, al estar leyendo estas líneas, mi voz está siendo recibida por tu mente. En cualquier caso, tu respuesta sería casi inmediata. Una parte importante de nuestras horas despiertos la pasamos (supuestamente) escuchando.

Ahora bien, si mi pregunta fuera, ¿qué escuchaste en realidad?, la respuesta no sería ni tan rápida ni tan obvia.

Te invito a que, al finalizar este párrafo, cierres los ojos y recuerdes alguna conversación reciente. No es necesario que sea una conversación muy importante. Simplemente, alguna en la que puedas recordar con quién estabas y de qué estaban hablando.

¿Ya la tienes?

¿Cuál era tema o situación que daba pie a la conversación? ¿Qué te estaban diciendo? ¿Relataban supuestos hechos sucedidos o se trataba de una opinión? ¿Era algo que te afectaba directamente? ¿Había alguna especie de tensión en ti mientras escuchabas? ¿Podrías recordar alguna sensación física, presente en tu cuerpo?

Ahora investiguemos un poco más profundo.

Trata de recordar qué pasaba por tu mente mientras escuchabas. ¿Querías que esta persona te dijera algo que querías escuchar? ¿O, tal vez, estabas deseando que no te dijera aquello que no querías escuchar? ¿Querías controlarla de alguna manera? ¿Buscabas descubrir su opinión sobre ti? ¿O encontrar trazos de aprobación en sus palabras?

En cualquier caso, podríamos decir que había una agenda que estaba interfiriendo mientras escuchabas, formando una especie de capa que te alejaba y dificultaba tu conexión con el emisor y distorsionaba la recepción del mensaje.

El rol de la mente

Cuando escuchamos a alguien, es normal que nuestra mente esté ocupada generando pensamientos, siguiendo la inclinación evolutiva, o en términos más simples, la forma en la que está cableada para protegernos en todo momento. Elabora escenarios, buscando aquel que es más seguro.

Cuando escuchamos nuestra mente está ocupada generando pensamientos, siguiendo la forma en la que está cableada para protegernos en todo momento

Si alguien nos detiene mientras paseamos por la calle y nos pregunta cómo llegar a cierto lugar, de manera involuntaria y en cuestión de segundos, habremos calibrado el contexto, su vestimenta, la profundidad de su mirada y su tono de voz, tratando diferenciar las buenas de las malas intenciones. Es probable que le tengamos que pedir que nos repita la pregunta, pues habremos consumido gran parte de nuestra atención en el juicio interno, deliberando si le respondemos o mejor echamos a correr.

En este caso, nuestra mente nos estaba protegiendo de un posible peligro externo.

Peligros “internos”

¿Pero qué pasa cuando el peligro es más sutil, cuando es un peligro emocional o psicológico?

Si creemos que alguien viene a darnos una mala noticia, por ejemplo, nuestra mente interpretará lo que estamos escuchando de una forma que minimice el “peligro” de escuchar esa mala noticia. Por eso es común que escuchemos solo lo que queremos escuchar. Pues escuchar lo que nos hiere es interpretado por nuestra mente como un peligro y, por ende, lo rechazamos.

Manipulamos la información para moldearla y acomodarla a nuestra conveniencia. Lo hacemos de manera inconsciente y en cuestión de segundos, orquestado por el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, que es un muy hábil creador de historias y aún mejor intérprete: Lo que “nos contamos” que sucedió (versus lo realmente sucedido) nos los contamos de una forma abrumadoramente convincente. En otras palabras, nos “creemos” lo que nos contamos, como si fuera una verdad absoluta, aún cuando es sólo una interpretación relativa y parcial.

Así nacen las frases tipo: “no tiene idea de lo que está hablando”, “me quiere engañar”, “no puedo creer que inventen tantas mentiras”, o simplemente, la descalificación por excelencia: “es un reverendo idiota”.

El problema con esto es que, más allá de la capa de distorsión que genera el mecanismo de defensa por medio del cual rechazamos lo que no queremos escuchar, recordemos que toda interpretación que hacemos del mundo la hacemos desde nuestro propio sistema de creencias, que es, por definición, relativo. Entonces, si dejamos que nuestra mente decida qué es lo que nos conviene y qué es lo que no nos conviene escuchar, estaremos renunciando a la posibilidad de ver las cosas bajo perspectivas diferentes. Estaremos siendo condenados a vivir bajo las órdenes de nuestra visión estrecha y limitada de nosotros mismos y del mundo en general.

Escuchamos solo lo que queremos escuchar, pues escuchar lo que nos hiere es interpretado por nuestra mente como un peligro y, por ende, lo rechazamos

El mismo fenómeno se presenta cuando percibimos, en lo que escuchamos, rasgos o patrones de nosotros que no nos gustan. Nos demos cuenta o no. Es decir, cuando nos vemos reflejados en el otro y, al notar el dolor que esto provoca, nos resistimos y bloqueamos la recepción de lo que estamos escuchando.

Algo similar sucede cuando presuponemos que la persona, con la cual estamos hablando, quiere recibir una respuesta de nuestra parte cuando termine de hablar. En lugar de escuchar, esteremos ocupados redactando la respuesta que consideramos más apropiada, aquella que mantiene nuestra autoimagen y la congruencia biográfica de quién creemos que somos. Es decir, creemos que tenemos que dar una respuesta acorde con nuestra posición de líder, madre o padre, o mejor amiga. Ergo, estamos haciendo de todo, menos escuchar.

Ante todo lo anterior, la pregunta relevante ya no es ¿qué escuchamos cuando escuchamos?, sino ¿a quién escuchamos cuando escuchamos? ¿Escuchamos realmente a la persona que tenemos enfrente o, en realidad, nos estamos escuchando a nosotros mismos? A nuestras creencias, nuestros juicios, nuestras expectativas de cómo queremos que las sean las cosas. Nos escuchamos a nosotros mismos a través de nuestra mente condicionada por tantas y tantas capas de distorsión que vamos acumulando en el paso por la vida, lo cual obstaculiza la escucha verdadera.

La escucha verdadera

La verdadera escucha requiere mirar hacia adentro. Requiere que soltemos toda expectativa y bajemos la guardia. Es como vaciarse y estar presentes para el otro y para nosotros mismos; La verdadera escucha es hacer el espacio para cualquier cosa que aparezca; es soltar todo e ir hacia lo desconocido.

Por eso escuchar no es sencillo. Pues requiere cultivar la auto-observación para poder darnos cuenta de todos los pensamientos que nuestra mente está generando mientras escuchamos (desde la mirada de curiosidad y no juicio que nos aporta Mindfulness).

La verdadera escucha requiere escucharnos a nosotros mismos, y tener la valentía de soltar el ego y el control

Escuchar también requiere soltar el ego y el control. Requiere creer en nosotros mismos y confiar que, llegado el momento, sabremos qué decir. Y requiere aprender que, muchas veces, escuchar es simplemente eso, escuchar, y no es dar una respuesta.

Escuchar requiere comprender que, tal como yo, la otra persona tiene su propia forma de interpretar la realidad, misma que es tan válida como la nuestra, y que toda posibilidad de crecimiento nace, justamente, de abrazar las diferencias y reconocer que somos quienes somos gracias a que los otros son quienes son. Como nos lo recuerda el vocablo africano Ubuntu, que significa “yo soy, porque tú eres”. Escuchar requiere aceptar que la realidad es mucho más amplia y diversa que nuestras creencias y, por lo tanto, más grande que nosotros mismos.

La verdadera escucha, la escucha consciente, es como pararnos al borde de un precipicio y permitirnos sentir y estar con el vértigo de dejar de pensar en nosotros y estar simplemente ahí, sin agenda, disponibles para el otro.

La verdadera escucha es un acto de intimidad, confianza y valentía.

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Fuente: Este texto está inspirado en “la práctica de la escucha consciente”, de Manuel Mariño Monteagudo.